APRENDER A ORAR


APRENDIENDO A ORAR




¿Qué es el acto penitencial de la Misa y en qué consiste?
La Iglesia -que es santa y, a la vez, comunidad de pecadores- es consciente de que sus miembros necesitan convertirse continuamente para obtener el perdón divino y participar dignamente en los sagrados misterios. Eso explica que ya desde los orígenes se prescribiese el arrepentimiento público de los propios pecados previamente a la celebración eucarística, para que el sacrificio fuese agradable a Dios. El Rito Penitencial es una expresión concreta de esta realidad por parte del ministro y de los fieles, que reconocen humildemente sus pecados, se arrepienten de ellos e imploran la misericordia de Dios para participar con fruto de los sagrados misterios.
En la Didaqué, obra escrita a fines del siglo I, se escribe: “Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro”.
Como vemos, el germen del acto penitencial al principio de la Misa se encuentra en los antiguos libros litúrgicos. Muy pronto se expresará con la postración del sacerdote al pie del altar, como actualmente sucede en la celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo. Alrededor del siglo X aparece este rito incluido en los misales y consistía en la recitación por parte del sacerdote de algunas oraciones destinadas a manifestar sus sentimientos de indignidad como ministro del Santo Sacrificio. Sólo en el Misal de Pablo VI este rito se extiende a toda la comunidad, pues hasta entonces era sólo el sacerdote quien lo realizaba.
En los domingos, especialmente en tiempo pascual, el acto penitencial puede adoptar la forma de la aspersión con el agua bendita. Tiene el sentido de recordarnos nuestro bautismo y nos invita a una continua purificación como lo exige la vivencia de este sacramento.
«Yo confieso, ante Dios todopoderoso», los que frecuentamos la Eucaristía hemos de ser los más convencidos de esa condición nuestra de pecadores, que en la Misa precisamente confesamos: «por mi gran culpa». Y por eso justamente, porque nos sabemos pecadores, por eso frecuentamos la Eucaristía, y comenzamos su celebración con la más humilde petición de perdón a Dios, el único que puede quitarnos del alma la mancha de nuestros pecados. Y para recibir ese perdón, pedimos también «a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos», que intercedan por nosotros.
«Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Esta hermosa fórmula litúrgica, que dice el sacerdote, no absuelve de todos los pecados con la eficacia ex opere operato propia del sacramento de la penitencia. Tiene más bien un sentido de petición, de tal modo que, por la mediación suplicante de la Iglesia y por los actos personales de quienes asisten a la Eucaristía, perdona los pecados leves de cada día, guardando así a los fieles de caer en culpas más graves. Por lo demás, en otros momentos de la Misa -el Gloria, el Padrenuestro, el No soy digno- se suplica también, y se obtiene, el perdón de Dios, aunque como decimos, el perdón de los pecados graves, también llamados mortales, se reserva al sacramento de la penitencia.
Fuente: Hogar de la Madre

Oración para cada día del Año de la Fe.


El Papa Benedicto XVI expera que el Año de la Fe pueda llevar a todos los creyentes a aprender de memoria el Credo y nos invita a recitarlo todos los días como oración.

Credo Niceno-constantinopolitano.

Creo en un solo Dios; Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,engendrado, no creado,de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras,y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria parajuzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una santa, católica y apostólica. 
Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.

Amén.


LA ADORACIÓN EUCARISTICA



“La adoración no es un lujo”. No, no lo es. “Es una prioridad”. Es lo primero, lo que no debemos dejar nunca de lado, lo necesario, lo que no nos ha de ser quitado.



Fijémonos que la primera pregunta de la mujer samaritana, apenas intuye que está ante un gran hombre de Dios, quizás el mismo Mesías, es acerca de la adoración. Esa es la relación primera, espontánea, innata ante Dios. En aquel pasaje del evangelio de Juan, Jesús responde a la samaritana que no se adorará más en el templo sino que llega la Hora de adorar en espíritu y en verdad. Ya no más el templo de Jerusalén ni ningún otro donde haya sacrificios de animales, que no pueden justificarnos ni salvarnos.


Cristo, su Cuerpo, es el nuevo templo que ha de ser destruido y reconstruido al tercer día y quedará para siempre. Es la Eucaristía que había nacido el día antes que su Corazón fuera abierto por la lanza, rasgando el velo del templo de arriba abajo porque Dios no era ya un Dios inaccesible sino que se develaba (quitaba el velo) para mostrarse en Jesús de Nazaret en la cruz que luego resucitaría. Nacía el nuevo culto de adoración verdaderamente donde Dios está presente, en la Eucaristía, culto espiritual por excelencia.

Pero, junto a las sombras está la luz y ahora hay un renacer, un redescubrir la gracia de la adoración. Hoy estamos viviendo, dice el Papa, una primavera eucarística.

Escribe Benedicto XVI, en la carta al General de los jesuitas:

"El verdadero conocimiento del amor de Dios es sólo posible en la oración humilde, de generosa disponibilidad. La mirada fija en su costado. traspasado por la lanza, se vuelve silenciosa adoración”. Esa contemplación adorante nos permite confiar en el amor misericordioso y salvador de Dios y nos fortalece y nos hace partícipes en la obra de salvación…”

Por Benedicto XVI 




¿CÓMO PERSEVERAR EN LA ORACIÓN?


El desánimo y el cansancio son moneda común incluso entre las personas orantes. Ideas para "no aflojar" y crecer en la relación personal con Dios.



"Ya me cansé de mis compromisos de vida espiritual". Esta frase la he escuchado en repetidas ocasiones. Por lo general son personas para las que su vida de oración tuvo un inicio que parecía prometedor pero, al cabo de los años, llegó el cansancio o el aburrimiento. Conversando con ellas veo que las causas de la falta de perseverancia son múltiples. Ahora quisiera detenerme en dos.



1.Cuando los compromisos de vida espiritual se hacen únicamente "porque tengo que cumplir".



No está mal cumplir los compromisos asumidos; al contrario. El error está en no hacer los actos de vida espiritual por amor y con amor. Cuando los compromisos de vida espiritual no se viven como actos voluntarios con los que demuestro mi amor a Cristo, se vacían de contenido y por ello se termina por no cumplir más.



Un robot hace las rutinas para las que fue programado y sigue ciegamente las instrucciones que recibe; un robot "funciona", pero no tiene convicciones, no tiene libertad, no pone amor. El robot no realiza actos humanos.



En la oración hay siempre un yo y un Tú. "Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar." (Catecismo 357)



Cuando te propones algo, lo que te has propuesto debe entusiasmarte, tienes que amar eso que te propones, tienes que tener pasión por aquello que haces. ¿Qué es lo que te debe entusiasmar de los actos de oración? No los actos en sí mismos, la rutina, sino la persona de Cristo, el deseo de conocerle, de estar a su lado y corresponder a su amor. Entonces haces tu meditación diaria por una convicción de fe y por el amor personal que tienes a Cristo. Si es así no sólo te limitarás a cumplir tu propósito, sino que buscarás tiempos de calidad para ello, buscarás crecer, hacerlo mejor cada día.



2. Cuando esperas resultados inmediatos y no los obtienes.



Cuando se siembra una semilla de bambú japonés, hay que regarla y abonarla constantemente. Durante los primeros meses, no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los siete primeros años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles. Sin embargo durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas, la planta de bambú crece más de 30 metros.



¿Tarda sólo seis semanas en crecer? 



No, en realidad, se toma siete años para ello y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros años de aparente inactividad, este bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el crecimiento que vendrá después.



"Pongamos todos mucho interés en esta práctica de la oración, ya que por ella nos vienen todos los bienes. Si perseveramos en nuestra vocación, es gracias a la oración; si tenemos éxito en nuestras tareas, es gracias a la oración; si no caemos en el pecado, es gracias a la oración; si permanecemos en la caridad, si nos salvamos, todo es gracias a Dios y a la oración. Lo mismo que Dios no le niega nada a la oración, tampoco nos concede casi nada sin la oración".(San Vicente de Paúl)



Por tanto, ante estas dos dificultades, la respuesta a la pregunta ¿cómo perseverar en la oración? podría ser:



a) Cada vez que inicies tus oraciones dite a ti mismo y dile a Jesús que las haces con amor y por amor a Él. Y luego haz todo con todo el amor del que seas capaz, aún cuando no "sientas" emocionalmente los consuelos espirituales que brinda el Espíritu Santo a los corazones orantes.



b) Busca agradar a Jesús, no busques resultados inmediatos. Los frutos vendrán, pero se requiere mucha paciencia.




Por P. Evaristo Sada



CORONILLA


Usando una cuenta del Rosario empezamos con:
Padre Nuestro... Ave María... El Credo...


Al comenzar cada misterio decimos:

Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero.



En cada cuenta pequeña decimos:

Por Su dolorosa Pasión ten misericordia de nosotros y del mundo entero.



Al finalizar las cinco misterio de la coronilla decimos:

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero.



Los pilares de la Cuaresma: 

oración, limosna y ayuno.



El discurso con que Nuestro Señor inaugura su predicación, llamado Sermón de la montaña, empieza por la enunciación de las Bienaventuranzas. El Maestro enseña allí cómo debemos ser los cristianos. El Evangelio ha de sustituir el egoísmo por la caridad que santifica. La perfección no consiste tan sólo en la exactitud en el cumplimiento de todos nuestros deberes, sino en el amor que pongamos en nuestras obras, es decir, dependerá de la intención que tengamos al obrar. Jesús toma como ejemplo para explicárnoslo tres «obras de justicia», con lo cual entendemos, obras que «justifican» al hombre conforme al juicio de Dios: la limosna, la oración y el ayuno. El pueblo judío las observaba desde hacía siglos, y así pasaron con toda naturalidad a las costumbres del pueblo cristiano. Y cada año la Iglesia nos recuerda su obligatoriedad durante la Cuaresma.



Como señalamos anteriormente lo que califica una acción es la intención del agente y cabe señalar que Jesús nos enseña cuáles son las únicas disposiciones gratas a Dios: «...en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará»



«Que tu limosna sea oculta. Ora a tu Padre, que está en lo secreto. Cuando ayunes... que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre , que está en lo secreto»


Podríamos preguntarnos si no debe ser nuestro cristianismo un testimonio; y a esto respondemos que vivir como cristianos es, en cualquier circunstancia, profesar nuestra fe. Y aunque esto no fuera un deber, el verdadero fiel necesitaría hacer compartir a los demás sus convicciones y entusiasmo. Es mejor que miremos a nuestro modelo: Jesús fue un silencioso.

Y para iluminar a los demás, Jesús no cuenta con nuestras ostentaciones sino con nuestra vida interior. El apostolado no es una actitud, sino una irradiación, la irradiación de una llamada interior.

No es necesario que hagamos ruido y que nos vean por todas partes , ni que se hable de nosotros. Allá donde Dios nos haya situado, en nuestro hogar, entre los múltiples trabajos cotidianos, en nuestro despacho, en el trabajo, en la cocina, en la «oscuridad» de nuestras jornadas, en lo secreto, como ya hemos escrito, podemos glorificar a Dios y servir a nuestros hermanos, lo cual es vivir como cristianos.

LIMOSNA.

«Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha»

(Mt 6, 2-3)

Etimológicamente, la limosna designa un sentimiento de compasión y el ímpetu que nos lleva a aliviar a todo el que tiene una pena. Desde la parábola del buen samaritano, un discípulo de Cristo no puede pasar indiferente al lado de un hombre que sufre.

Como dijimos, el valor de nuestras acciones reside en la intención que nos mueve a obrar. Es notable que Jesús tilde de hipócrita a esa gente religiosa que realiza obras buenas para ser vistas por los hombres. Podríamos calificar de hipócrita a aquel que desempeña un papel y lleva una máscara. San Agusín decía: «...Cuanto menos tengamos obligación de dar algo a alguien, más desinteresado será nuestro afecto. Lo que tenemos que querer para el que amamos es que sea nuestro igual.»

El Evangelio extendió la exigencia de la caridad hasta querer y hacer a los demás el bien que deseamos para nosotros mismos.

San Gregorio Magno nos dice: «Quien distribuye sus bienes temporales no abandona más que las cosas exteriores a él, pero quien da su compasión al prójimo le da algo de sí mismo.»

La caridad limosnera no consiste sólo en aliviar la desgracia ajena, sino ante todo, en compartir su sufrimiento. Para el cristiano, la caridad comienza a partir del momento en que se priva o se empobrece por los demás. Por eso el Padre celestial es el único que lo ve, allá en lo secreto.

La limosna cristiana es el encuentro de dos manos que se tienden una hacia otra, la mano de dos hermanos que se juntan, el más emocionado y el más dichoso de los cuales no es el que recibe, sino el que da más que un deber es una necesidad de nuestro corazón con respecto a los que sufren.

En efecto, ¿puedo pensar fríamente que existen cerca de mí unos seres humanos, honrados y trabajadores como yo, hijos de Dios como yo, y que no están seguros del mañana, o que hoy están pasando hambre? ¿Que hay cerca de mí familias enteras amontonadas en cuchitriles indignos, imposibles de mantener limpios, y que ven llegar aterrados el final de cada mes; que hay niños que no pueden crecer, madres que no pueden criarlos, ancianos que acaban en la indigencia una vida laboriosa? ¿Por qué ellos y no yo? Hay hombres como yo, que trabajan para procurarme el alimento, el vestido, todo lo que me hace falta. ¿Voy a limitarme a acusar los defectos de la sociedad y de los poderes públicos, cuando puedo, por poco que sea, aliviar su sufrimiento y su inquietud?

Hay cerca de nosotros seres enfermos que han perdido toda esperanza de curación. ¡Y no va a oprimirse nuesro corazón ante este pensamiento!

Cerca de nosotros hay hogares rotos, seres traicionados y abandonados, que maldicen una vida demasiado cruel...

Ni nuestra conciencia ni nuestro corazón podrán estar tranquilos en tanto no hayamos participado en su desgracia, en tanto no les hayamos dado una parte de la dicha de que gozamos. Y cualquiera que sea la manera como nuestra compasión se manifieste: don material, don de nuestro tiempo, don de nuestra amistad, todas esas formas de la limosna cristiana serán una obra de justicia fraterna.

La suma de dolores que caen sobre tantos de nuestro semejante, acaba uno por asombrarse de ser dichoso y casi por reprochárselo

ORACIÓN

Después de exhortar a la práctica de la ayuda fraterna, Nuestro Señor aborda el tema de la oración, y lo presenta bajo el mismo aspecto: «...Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en pie en las sinagogas y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa.» (Mt. 6, 6)

A sus ojos el valor de la oración , como el de la limosna , depende ante todo de su espontaneidad. No se ora en cumplimiento de órdenes, porque sea la hora; se ora porque se ama, para encontrar a Dios, que es Amor.

El cristiano no ora sólo para llamar a Dios en su socorro, sino que, ante todo, tiene necesidad de expresar a Dios su alabanza, su admiración, su reconocimiento, de actualizar su orgullo y su alegría, de estarle unido. Querrá así orar con la mayor frecuencia posible, en medio de sus ocupaciones.

Nuestro trabajo puede ser un modo de glorificar a Dios, si se lo ofrecemos de una manera explícita. Sin embargo, la oración, para merecer este nombre, supone un breve alto durante el cual, como escribe Santiago, os acercáis a Dios, y Él se acerca a vosotros. Y de hecho los cristianos que piensan a menudo en Dios durante la jornada son los que consagran cada día algún tiempo a la oración propiamente dicha.

Podríamos hacer una comparación: el equivalente para el alma de lo que las comidas son para el cuerpo son los momentos consagrados positiva y exclusivamente a la oración.

«Tú cuando ores...» Jesús nos deja total libertad en lo que se refiere a la cantidad, la duración y el horario de nuestras oraciones, con tal que oremos cada día. No habré de orar «porque sea la hora», pero como la oración es para mí tanto un deber como una necesidad, le reservaré libremente en mi jornada determinados momentos.

Encontramos a Dios en el secreto de la oración y es, primero, para adorarlo, darle gracias e implorar su perdón. Pero al mismo tiempo que nosotros nos abrimos a Él, Dios se revela a nosotros; responde a nuestras invocaciones y nos pide que acojamos las suyas. La oración nos hace entrar así en su pensamiento y nos permite exponerle filialmente nuestras necesidades. Y cabe señalar que nuestra oración ha de ser confiada, sabiendo que nuestro Padre conoce todas nuestra necesidades y que vendrá en nuestra ayuda.

«Qué padre entre vosotros , decía Jesús, si el hijo le pide un pan le dará una piedra?¿O si le pide un pez le dará en vez de un pez una serpiente?. Si vosotros, pues siendo malos, sabéis dar cosa buenas a vuestros hijos, ¿cúanto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lc. 11, 11-13)

AYUNO

«Cuando ayunéis no aparezcáis tristes» (Mt. 6, 16)

El Maestro quiere que la vida de sus discípulos esté centrada sobre Dios solo, en el secreto de su alma, sin otra intención que la de glorificarlo por su obediencia. El Padre que ve en lo secreto ha de ser el único testigo de sus renunciamientos. Y Jesús toma como ejemplo el ejercicio del ayuno.

A diferencia de la oración el ayuno no es un fin en sí , sino tan solo un medio. El valor de las privaciones corporales depende de esa penitencia interior, de la cual son la expresión y que sólo Dios conoce.

La práctica del ayuno se encuentra en la mayoría de las religiones de la antigûedad. Se enlaza con la idea general de sacrificio, por la cual el hombre atestigua que reconoce la soberanía de Dios. Todo lo que posee viene de El. Y debe darle gracias por ello. Se privará con este fin del fruto de su trabajo y llevará al altar las primicias de sus cosechas, o bien inmolará el cordero más hermoso de su rebaño. Pero de todos los bienes que Dios le ha colmado, el más preciado es el de su propia vida. Es evidente que el hombre no ha de aniquilarla, pero absteniéndose de los alimentos confiesa que Dios es el único dueño de su vida y que él vuelve a ponerla entre sus manos.

El hombre pecador manifiesta sensiblemente el arrepentimiento de sus culpas.

¿Comer y beber? No se tienen ganas de hacerlo cuando se está con pena. Del mismo modo cuando nos percatamos de que nuestros pecados son negativas de amor, debemos estar sinceramente afligidos de haber respondido tan mal a la bondad del Padre que nos habla.

No parece que ningún ayuno fuera instituido por los Apóstoles. Sin embargo, vemos que recurrieron a él en graves circunstancias, como para volverse más dóciles a la acción del Espíritu Santo.

Molestarse por los demás sin que éstos se den cuenta. No estar del todo bien para que ellos estén un poco mejor. Pero eso en el secreto. Que sólo Dios lo sepa. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

¿Cuál es el fundamento de todo esto? Una frase de Nuestro Señor nos iluminará: «Mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en Mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará para que de más fruto.»

La mortificación puede aparecer a una mirada superficial como una medida relativa, como un esfuerzo inútil; pero en realidad contribuye al mejoramiento de nuestra vida espiritual.


MÉTODO DE ORACIÓN



LECTIO DIVINA



Orar es dialogar con Dios; un encuentro personal con Dios vivo.



Un medio privilegiado para encontrar y escuchar a Dios es la Sagrada Escritura. Cristo está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla (SC 7) . La Biblia no es sólo un libro que contiene verdades y enseñanzas, sino es sobre todo lugar de encuentro con Cristo Resucitado.



Por obra del Espíritu Santo, la Virgen María recibió en su seno al Verbo que se hizo carne. De modo análogo cuando nosotros leemos la Biblia y la meditamos, recibimos la Palabra en nuestro corazón bajo la acción del Espíritu Santo.

Al leer la Sagrada Escritura, nuestra actitud fundamental debe ser de acogida y escucha. Se trata de escuchar lo que Dios me dice a mí y luego responderle. 

El 6 de noviembre de 2005, el Papa Benedicto XVI explicó así la Lectio Divina:

«Consiste en meditar ampliamente sobre un texto bíblico, leyéndolo y volviéndolo a leer, rumiándolo en cierto sentido como escriben los padres, y exprimiendo todo su jugo para que alimente la meditación y la contemplación y llegue a irrigar como la savia la vida concreta. Como condición, la lectio divina requiere que la mente y el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es decir, por el mismo inspirador de las Escrituras, y ponerse, por tanto, en actitud de religiosa escucha. Esta es la actitud típica de María santísima, tal y como lo muestra de manera emblemática la imagen de la anunciación.»


LOS PASOS DE LA LECTIO DIVINA


1. RECÓGETE PARA ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS E INVOCA AL ESPÍRITU SANTO.
El mismo Espíritu que habita en el templo de tu alma por la gracia, «habita» y está presente en la Sagrada Escritura. Con el deseo ardiente de escuchar a Dios, invoca al Espíritu Santo: que ilumine tu inteligencia para conocer mejor a Cristo y su palabra, que encienda tu corazón para amarlo con pasión y que mueva tu voluntad para seguirlo más de cerca.


2. LECTURA (LECTIO) ¿Qué dice el texto? 
Lee pausadamente un texto de la Biblia, como si fuera «una carta de amor escrita por Dios personalmente a mí» (san Gregorio Magno).

Reléelo; trata de familiarizarte con el texto, intenta comprenderlo (el contexto, los personajes, los sentimientos, las acciones, los verbos...) sin pretender todavía extraer mensajes o conclusiones.

Descubre la palabra-luz que ilumina tu inteligencia, la palabra-fuerza que fortalece tu espíritu, la palabra-fuego que enciende tu corazón de amor a Dios y a los hombres, la palabra-símbolo que abre tu mente y corazón a nuevas reflexiones y afectos.

Puedes subrayar lo que te parezca central: poner un signo de exclamación al pasaje o pasajes que más te interpelen, y un asterisco a lo que te ayude a orar. Puedes señalar de una forma las reflexiones que te llamen la atención y de otra manera aquellas frases que te susciten afectos.


3. MEDITACIÓN (MEDITATIO) ¿Qué me dice a mí el texto? 
Gusta y saborea ese mensaje de Dios para ti, como María, que «custodiaba todas estas cosas rumiándolas en su corazón.» (Lc. 2,19)

Recuerda otros pasajes de la Sagrada Escritura que tengan relación, confróntalos, que se enriquezcan y complementen los unos con los otros, como si fueras una abeja que va combinando el néctar de diversas flores. Es el Espíritu Santo el que va a elaborar en tu interior una miel exquisita preparada especialmente para ti.

Confronta los textos con las situaciones y circunstancias de tu vida y pregúntate: ¿por qué este texto es importante para mí?, ¿qué me sugiere?, ¿qué actitudes y sentimientos me transmite? Intenta escuchar a Dios que te habla.


4. ORACIÓN (ORATIO) ¿Qué le digo a Dios movido por su palabra? 
Dios te ha hablado, le has escuchado y has acogido su palabra. Ahora respóndele esa carta de amor que Él te escribió. Háblale con toda humildad y con todo tu corazón.

Exprésale con confianza tus sentimientos, una vez unos, otra vez otros: de agradecimiento, alabanza, súplica, adoración, alegría, tristeza, odio al pecado, amor a Cristo, arrepentimiento, compasión, intercesión, reconocimiento de tu miseria y petición de perdón, ofrecimiento...


5. CONTEMPLACIÓN (CONTEMPLATIO)
Contempla el rostro de Cristo, esperando y deseando que, a través de los ojos del alma, el Espíritu Santo actúe en tus facultades (inteligencia, voluntad, corazón, sensibilidad, acción) llenándolas de su santidad, de su sabiduría, de sus dones y carismas.

Déjate impregnar por la presencia y el amor de Dios como una esponja sedienta que se hunde bajo el agua viva.


6. ACCIÓN (ACTIO) 
Que la palabra de Dios sea ahora escuela de vida para ti. Que poco a poco te transforme y te modele conforme a la imagen de Cristo.

Busca imitarle y seguirle más de cerca por la vivencia de las virtudes teologales y las demás virtudes cristianas. Con tu comportamiento y con tu palabra, sé para los demás un testigo que se ha encontrado con Dios. Como una concha llena que comparte lo que lleva dentro.

Pídele ayuda y dale las gracias. 

P. Evaristo Sada.


SIETE FORMAS DE REZAR EN FAMILIA
Encontrar momentos para unirse en la oración no en nada sencillo en estos tiempos. Algunos consejos para mantenerse en sintonía con Dios.
¿Qué puede hacer su familia para incorporar la oración en su vida diaria? Considere estas ingeniosas ideas de la madre y escritora Mary DeMuth.
Usen la tecnología. Vivimos en la era digital y nuestra familia ha aprendido el valor de la tecnología para orar los unos por los otros utilizando el correo electrónico, los mensajes de texto, e incluso los sitios de redes sociales. He enviado mis peticiones de oración por correo electrónico a mis hijos, ellos han enviado mensajes de texto con las suyas y yo les he respondido con oraciones específicas. Cuando viajo me escriben en Facebook acerca de sus intenciones e intercedo por ellos en mi respuesta.
Desconéctense. Muchas veces, a la oración se le da una importancia secundaria por lo saturadas que están nuestras vidas. Es importante crear una zona segura en su casa y un período de tiempo donde se desconecten por completo de la televisión, la música, Internet y la computadora. En ese silencioso oasis, anime a sus hijos a escuchar a Dios, que es el otro lado de la oración que con frecuencia no practicamos. Pasen algún tiempo como familia, compartiendo tranquilamente sus preocupaciones, alegrías y necesidades.
Pongan las peticiones por escrito. Cuando mis hijos eran pequeños, utilizábamos una pizarra para tener presente las intenciones. Con tiza de colores, dividía la pizarra en tres secciones: fecha, intención y respuesta. Nos turnábamos para expresar nuestras peticiones; otras ideas son escribirlas en un diario de la familia o en una sencilla libreta. También escribir la respuesta de Dios a nuestras súplicas. No importa la forma que se adopte, fortalecerá la fe de sus hijos y profundizará la determinación de ellos de comunicarse con el Señor.
Tomen un nombre para orar. Cada semana (o mes), que todos tomen al azar el nombre de otro miembro de la familia (como se hace con el “amigo invisible”). Durante el tiempo designado, rezará cada uno por esa persona.
Escuche, y luego actúe. En este mundo enloquecido algo que sus hijos necesitan es que usted los escuche con atención. Deténgase, escuche y esfuércese por interpretar lo que quieren comunicarle. Cuando compartan sus frustraciones o preocupaciones, ore por ellos en ese momento. No se limite a prometer que va a hacerlo después.
Utilicen los altibajos como trampolín. Cada noche, durante la cena, mencionamos las cosas buenas y malas del día. ¿Por qué no dar un paso más allá en la conversación utilizando esos altibajos como un trampolín para orar después de comer?
Visiten lugares nuevos para orar. Piensen en la posibilidad de dar una caminata por una plaza u otro lugar como otra forma de desconectarse del mundo y conectarse con el corazón de Dios en la oración y la lectura de su Palabra.
Por Mary DeMuth
EL AMOR: UN CAMINO SEGURO 
PARA CRECER EN MI ORACIÓN
«Te ruego, Señor, que te conozca y te ame para que encuentre en ti mi alegría. Y si en esta vida no puedo alcanzar la plenitud, que al menos crezca de día en día hasta que llegue a aquella plenitud. Que en esta vida se haga más profundo mi conocimiento de ti, para que allí sea completo; que tu amor crezca en mí para que allí sea perfecto, y que mi alegría, grande en esperanza, sea completa en posesión» (San Anselmo, del Proslogion).
Uno de los anhelos más profundos del ser humano es amar y sentirse correspondido. El amor es el motor de cualquier vida y es capaz de empujar nuestro corazón incluso en los momentos más difíciles. Y es que cuando alguien quiere a una persona con toda el alma no escatima ningún sacrificio con tal de hacerla feliz: todo le parece pequeño. Pero sin el amor, sin su fuerza, todo se derrumba; incluso aquello que se creía más firme. La vida parece carecer de sentido.
Esta ley también se aplica a la vida de oración. Si acudo a orar sólo por necesidad en los momentos difíciles, para pedir lo que más quiero… tarde o temprano la oración se vuelve monótona o triste. Y así, cuando Dios nos responda con un no a nuestras peticiones -por nuestro propio bien- en vez de aceptarlo, le recriminaremos que no nos escucha y los porqués se repetirán continuamente como una reprimenda.
Pero, ¿no debería ser al revés? ¿No deberíamos darnos cuenta que acudimos a Dios no sólo para pedirle cosas, sino también para simplemente pasar un rato con quien sabemos nos ama profundamente? Sintetizando más claramente la pregunta: ¿quién es Dios para mí?


LA SÍNTESIS DEL ADVIENTO EN UN DECÁLOGO
1.- Adviento es una palabra de etimología latina, que significa "venida".
2.- Adviento es el tiempo litúrgico compuesto por las cuatro semanas que preceden a la Navidad como tiempo para la preparación al Nacimiento del Señor.
3.- El adviento tiene como color litúrgico al morado que significa penitencia y conversión, en este caso, transidas de esperanza ante la inminente venida del Señor.
4.- El adviento es un periodo de tiempo privilegiado para los cristianos ya se nos invita a recordar el pasado, vivir el presente y preparar el futuro.
5.- El adviento es memoria del misterio de gracia del nacimiento de Jesucristo. Es memoria de la encarnación. Es memoria de las maravillas que Dios hace en favor de los hombres. Es memoria de la primera venida del Señor. El adviento es historia viva.
6.- El adviento es llamada vivir el presente de nuestra vida cristiana comprometida y a experimentar y testimoniar la presencia de Jesucristo entre nosotros, con nosotros, por nosotros. El adviento nos interpela a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor en el justicia y en el amor. El adviento es presencia encarnada del cristiano, que cada vez que hace el bien, reactualiza la encarnación y la natividad de Jesucristo.
7.- El adviento prepara y anticipa el futuro. Es una invitación a preparar la segunda y definitiva venida de Jesucristo, ya en la "majestad de su gloria". Vendrá como Señor y como Juez. El adviento nos hace proclamar la fe en su venida gloriosa y nos ayuda a prepararnos a ella. El adviento es vida futura, es Reino, es escatología.
8.- El adviento es tiempo para la revisión de la propia vida a la luz de vida de Jesucristo, a la luz de las promesas bíblicas y mesiánicas. El adviento es tiempo para el examen de conciencia continuado, arrepentido y agradecido.
9.- El adviento es proyección de vida nueva, de conversión permanente, del cielo nuevo y de la tierra nueva, que sólo se logran con el esfuerzo nuestro -mío y de cada uno de las personas- de cada día y de cada afán.
10.- El adviento es el tiempo de María de Nazaret que esperó, que confío en la palabra de Dios, que se dejó acampar por El y en quien floreció y alumbró el Salvador de mundo.


La Iglesia purgante 



¿Por qué rezar por las almas del purgatorio? 


El sacerdote Marcello Stanzione ha indagado en todas las vías para que no las olvidemos nunca. 


Según las últimas estadísticas, hay 1.181 millones de católicos en todo el mundo, pero en realidad son muchos millones más. La Iglesia católica que se ve, se llama también Iglesia militante, pero según el Catecismo hay otras dos, la Iglesia triunfante, es decir, los que están ya en el Cielo, y la Iglesia purgante, que son las almas del Purgatorio.

Según Marcello Stanzione, autor de 365 giorni con le anime del Purgatorio [365 días con las almas del purgatorio], “las almas del Purgatorio necesitan nuestras oraciones. Cuando estas almas vayan al Cielo, se acordarán del favor que les hicimos”.
Según la doctrina católica, el Purgatorio, al igual que el Cielo o el Infierno no es un lugar físico, sino un estado del alma, por el que es necesario pasar antes de entrar en el Cielo para purificar el alma de las consecuencias de los pecados ya perdonados.
“Las almas del Purgatorio son los cristianos que han muerto en la gracia de Dios pero que durante la vida no han expiado sus pecados y por eso no pueden entrar en el Paraíso, porque allí va solamente quien ha sido totalmente purificado”, explica Stanzione.
Su libro recoge oraciones, pensamientos y textos de santos, papas y teólogos sobre el Purgatorio para todos los días del año: "He recogido reflexiones de santos, como Santa Catalina de Génova o Santa Faustina Kowalska, reflexiones de papas, encíclicas y sobre todo, extractos del Catecismo. Además de las reflexiones también hay oraciones de la tradición católica en sufragio de las almas santas del purgatorio”.


¿CÓMO REZAR BIEN MIS ORACIONES?
Acabo de conversar con un señor que me preguntó si podría recomendarle una oración especialmente poderosa: «Tengo problemas muy serios en mi casa y en el trabajo, necesito la intervención de Dios; recomiéndeme una oración que no falle, la oración más poderosa que usted conozca.»
Pude haberle entregado una selección de las oraciones que hemos recopilado en www.la-oracion.com. Pero ¿hay oraciones más poderosas que otras? ¿Dónde reside el poder de una oración? ¿Tiene sentido preguntar si es más poderosa una novena que un rosario? ¿Tiene valor una oración aunque se haga distraído? ¿Cómo se sabe si se reza «correctamente»?
¿Qué nos enseña la experiencia?
Hay fórmulas u oraciones vocales que a lo largo de los siglos han resultado especialmente «poderosas» para muchos: el Padrenuestro, el Avemaría, la oración de Jesús (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador), el canto de los salmos, etc.
Quienes han encontrado fruto para el crecimiento en su vida espiritual utilizando estas fórmulas u otras, progresan normalmente en tres momentos:
1. Comienzan a pronunciarlas con los labios o en silencio, dándole un sentido a las palabras mientras están en la presencia de Dios.
2. Luego, dan el paso a decirlas interiormente, hasta que con o sin la fórmula se dirigen a Dios con las actitudes propias de la oración que utilizan (actitud de creatura ante su Creador, de hijo ante su Padre, de pecador rescatado ante su Redentor, de bautizado ante el Espíritu Santo que habita en él, etc.).
3. Un paso más adelante se da cuando esa oración se hace una oración incesante, impregnando completamente toda la persona y toda la vida. Llevan corriendo por sus venas el sentido de las oraciones. El hábito de la presencia de Dios llega a ser para ellos como una segunda naturaleza.
Mientras escribo me sorprendo al recordar cuántas veces he rezado el rosario completamente distraído. Las invocaciones a Jesucristo que rezo todos los días con mi comunidad ¡cuántas veces las he pronunciado con la mente en otra parte! a pesar de que sean bellísimas y de una potente carga teológica y afectiva.
Errores comunes al rezar las oraciones vocales
1. La mentalidad mágica: Creer que pronunciar las fórmulas produce un resultado automático (como un talismán).
2. El formalismo: Creer que por cumplir con una práctica de piedad, ya se hace oración. La atención se centra en la forma, en «hacerlo correctamente»; se da más importancia a la letra que se pronuncia que al espíritu con que se reza.
3. La rutina: A base de repetir una oración que uno se ha propuesto hacer todos los días, se puede caer en el escollo de hacerla inconscientemente, sin darle sentido.


Tres consejos para superar la rutina



Para superar la rutina a mí me ayuda:


1. Antes de iniciar las oraciones, tomar conciencia de lo que voy a hacer y ante quién estoy. Bastan tres segundos.
2. Llevar a la meditación lo que rezo todos los días (por ejemplo las oraciones de la mañana). Cuando se saborea en la meditación cada una de las palabras y de las frases de las oraciones, rumiándolas con calma en la presencia de Dios, se advierte que al volver a pronunciarlas cobran un mayor significado, salen de lo más profundo de la mente y el corazón; al poner más amor en lo que se dice a Jesucristo, las oraciones «dicen más».
3. Cuando me doy cuenta de que he pronunciado una oración sin darle sentido a las palabras, sin centrar la mente en lo que digo y sin hacerlo «con todo el corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas» (cf. Mt 22,37 y Mc 12, 33), aplico un recurso que me ha servido mucho: detenerme y repetir la plegaria utilizando mis propias palabras, con toda espontaneidad.
¿Qué es lo que hace que una oración sea poderosa?
Lo que da valor a una oración es la fe con que se pronuncia. Con palabras o sin palabras, usando fórmulas oficiales de la liturgia y de la piedad cristiana o creando las oraciones personales espontáneamente, lo importante no son las palabras sino el espíritu con que se pronuncian. Allí tenemos el ejemplo de la oración de la cananea, cuando Jesús le dijo: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó curada su hija.» (Mt 15, 28)
Una oración vocal debe brotar del corazón y ser pronunciada ante Dios con fe y atención para que pueda llamarse oración y para que sea poderosa. El poder de la oración no está en pronunciar determinadas palabras con los labios, sino en hacerlo con plena conciencia y dirigiéndose con fe a Dios Nuestro Señor.
La fuerza de una oración viene no del exterior (las palabras), sino del interior (del corazón). Lo esencial está en estar y permanecer ante Dios; lo importante es la elevación espiritual del corazón humilde a Dios.
Una sola palabra, un recuerdo de Jesús o una simple mirada llena de fe, con un sincero sentimiento de adoración, vale más que centenares de rosarios pronunciados sin sentido, como si de un loro se tratara (de aquí el sentido de la foto de arriba). San Pablo decía: «Prefiero decir cinco palabras con mi mente que mil en lengua desconocida.» (1 Co 14,19)
Por lo demás, no somos nosotros los que «logramos» que una oración sea poderosa, es la gracia de Dios.
P. Evaristo Sada.



LA RUTA DE LA INTERIORIDAD
¿Se puede hablar de una escuela de contemplación?

Este es un interrogante válido y necesario.


Orar es vivir en comunión con Dios Padre.


Es vivir a Dios como Padre y comunicarnos con El desde nuestra propia vida y en los momentos en los que explícitamente nos reservamos para dialogar con El.

Los niños no necesitan ninguna escuela para aprender a hablar con sus padres. Comienzan a entablar un auténtico "diálogo" con quienes les han dado vida. Primeramente lo hacen a través de la mirada y la sonrisa. Después, poco a poco, por medio de palabras balbucientes, "a medio decir". Más adelante hablan. Nadie les enseña, lo van aprendiendo en la vida.

Por ello se cuestiona el hecho de plantear una escuela de oración, y más aún si lo que se pretende es buscar una escuela de contemplación. ¿Tiene sentido hacerlo? ¿No es acaso algo que se va aprendiendo espontáneamente al vivir y expresar la fe, la esperanza y el amor como actitudes esenciales de nuestra relación con Dios? ¿Qué es, pues, lo que justifica una escuela de contemplación? 

Empezaremos diciendo que hay muchos cristianos que oran sin saberlo, y que viven la contemplación de modo inconsciente. Su vida de fe es sincera y profunda, su relación con Dios es constante e ininterrumpida. Va más allá de las palabras o del silencio. Viven la oración como un don gratuito del Espíritu Santo. Es algo espontáneo connatural a su vida de fe.

Pero también es cierto que hay cristianos que desconocen la necesidad vital de orar siempre y en todo lugar, o no saben cómo hacerlo, o no lo valoran porque no han tenido la ocasión de explicitar lo que viven en su corazón creyente.

Otros cristianos necesitan encontrar caminos para la expresión de su vida de fe, expresión que nace del hecho de creer y que, a su vez, alimenta la fe, y con ella la esperanza-confianza en Dios y el amor a los hermanos y al mismo Dios Padre.

Por otra parte se desconoce la posibilidad de vivir una vida de profunda contemplación. Es la oración profunda que se traduce en una actitud orante en la propia vida. Es la oración ininterrumpida del alma. Es un don del Espíritu Santo que lleva al creyente a orar desde el silencio que es fuente de comunión interior con el Señor.

Hemos de valorar la oportunidad que tenemos de ofrecer a los que sienten la llamada a la oración unas sendas y pasos seguros para vivirla a fondo, con una disponibilidad total y plena a la acción del Espíritu.